domingo, 20 de febrero de 2022

Mi patio de recreo

Como no podía ser de otra manera, ahora que se aproxima el estreno de la película "Un pequeño mundo" ("Playground"), dirigida por Laura Wandel y que podremos ver en cines a partir del 25 de febrero, Mercedes @londones nos ha puesto en marcha la memoria, para que compartamos qué recuerdos teníamos del patio del colegio cuando teníamos 7-8 años.

Lo primero, la película. Como reza su web, "UN PEQUEÑO MUNDO propone una inmersión profunda en el universo escolar a través de los ojos de una niña. Con notable trasfondo social y humano, muestra una realidad ineludible (el acoso escolar o bullying) desde un punto de vista inédito". El trailer, desde luego, nos trae situaciones que, desgraciadamente, son bastante habituales y muy duras, rompen a muchas personas, víctimas de acoso escolar, y crean una sociedad terrible en la que quien toma el poder (en la clase, en el barrio, en cualquier ámbito de la sociedad) se considera en legitimidad de aplicar toda su crueldad, ante la colaboración de bastantes, la observación pasiva de muchos y muchas, y la indefensión de las pocas personas que tratan de parar esto tan terrible que sucede en las aulas y en todas las estructuras de la sociedad en la que vivimos.

Os dejo aquí el trailer, para que os hagáis una idea.


Mi patio

En mi escuela no había patio. En el recreo, salíamos a la plaza del pueblo o a donde quisiéramos, y no porque fuera un pueblo pequeño, no. Vivía en Hernani (Gipuzkoa), y estoy hablando de los años 70. Mucha gente sabe qué es Hernani años 70, nada más lejos de ser un lugar tranquilo y seguro: barricadas, persecuciones, tanquetas... Un pueblo urbano e industrial, con conflictos sociales y políticos muy duros. Y ahí estábamos nosotras, tranquilamente jugando en la Plaza de los Tilos, en el frontón, había quien se acercaba a casa a por el almuerzo...

Mi patio de colegio era una hermosa plaza arbolada, con su kiosko para comprar chuches. No es que en aquella época las niñas y niños tuviéramos dinero, la verdad, si algo caía, un caramelillo, o alguien conseguía comprar un paquete de algo, que, por supuesto, se compartía... era eso una fiesta. No pasé necesidad, no quiero decir eso, sino que no había dinero, que es diferente. Lo que había, se compartía.

Lo que nos divertíamos jugando a canicas entre las raíces de los olmos, en el barrillo. O saltando a la comba, o a la goma... Jugábamos a coger, a la cadeneta, a "papás y mamás" y otras ficciones y aventuras, a txorromorropikotaioke, que era de esos juegos que en cada lugar se le llamaba de una manera y que era una barbaridad, ¡para romperse la espalda! (aquí puedes ver qué es, si no lo llamas así).

Juegos de niños, de Pieter Brueghel el Viejo (1560) (Wikimedia)

Juegos de niños, de Pieter Brueghel el Viejo (1560) (Wikimedia)

 

Éramos cientos de niñas y niños, montones, siempre podías encontrar a alguien con quien jugar, en cualquier lugar. Nos sentíamos libres de movernos. Siento una gran tristeza al ver tantos patios escolares que son como jaulas, donde las niñas y niños se mueven de forma limitada, controlada, supervisada. Nos contaron que las verjas y vallas eran para su seguridad, para que no se arriesgaran a lo que nos arriesgamos nosotras, que así ya no les pasarían las cosas malas que nos pasaron a nosotras, que fueron muchas, desde grandes caídas, accidentes, palizas, patadas, tirones de pelo... la sociedad era violenta, físicamente violenta, y estaba aceptado que te pegaran otros niños y niñas, tus padres y madres, otras personas adultas, y, por supuesto, el profesorado. Que estuviéramos acostumbradas no significa que no nos doliera, nos traumatizara, nos convirtiera en personas miedosas, o arrogantes, o silenciosas, o que tuviéramos que organizarnos entre iguales para protegernos (apelando, muchas veces, a la edad, en esas competiciones de quién tenía un hermano con más años para medirnos).

Decía que quienes vivimos en ese tiempo violento, aceptamos que nuestras hijas e hijos acudieran a escuelas-jaula para que no tuvieran que pasar lo que pasamos. Regalamos su libertad de movimiento y juego, autonomía y creación, por un poco de seguridad. Nos dio miedo.

Y, terrible ironía de la vida, resulta que menos libertad no les ha dado más seguridad. Ahora, tienen que enfrentarse a la crueldad y la violencia mientras la sociedad hace como si eso no pasara, o diciendo que es que los niños de ahora son una generación blandita, generación de cristal, que eso "ha pasado de toda la vida y aquí estamos, estupendas todas y todos, oye, que todo fenomenal y todo alegría". Qué pena que la sociedad considere que la infancia debe estar la mayor parte del tiempo encerrada, que fuera molesta, que entorpece la circulación.

Ojalá esta película aporte su grano de arena en hacernos transformar las relaciones, dejarnos de liderazgos, que no son más que una forma de toma de poder, tan dañino, y trabajemos por un mundo horizontal, nuevos mundos convivenciales.

 


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